LA HISTORIA DE LA FLAQUITA Y EL NEGRO


El 8 de enero de 1994,a los 61 años Cornelia Fontana Marinetti dejó de existir. Al cumplirse un año, su marido, Horacio Logozzo, decidió conmemorar el primer aniversario de su muerte con una placa recordatoria que dice: “Rechazabas limitaciones y Dios te mandó buscar no habrá santos dormilones y el cielo mejorará. Siempre en todo fuiste más, madre, esposa, amante yo no te olvidaré jamás estás dentro de mi sangre”.
Habían pasado dos años de la partida de Cornelia, su flaquita sin embargo en estas nuevas letras Horacio le confiesa: “No puedo acostumbrarme. Me sostienen tus raíces”. Así fue como esculpirle su nostalgia se volvió hábito de una vez al año.
Cada 8 de enero Horacio ponía una nueva placa contándole a su “flaquita” las cosas que le habían pasado, pero sobre todo cuánto la extraña. A pesar de los años la sepultura de la familia Fontana Marinetti se trasformo en un lugar romántico del Cementerio General y su amor en toda una leyenda.
Cuenta la leyenda que el en noviembre de 2001, y visitándola bajo un lecho de nubes frescas, Horacio escuchó la voz de Cornelia. Ella se apareció así, incomprensiblemente, para susurrar a tientas que dejara el proceder lastimero, la pena incansable, la melancolía a rastras. En 2003, el cabizbajo Horacio le promete que intentará rehacer su pecho. “Si me va bien te lo cuento”, le guiñó por entre la piedra. Recién cuando Cornelia cumplía diez años de muerta, Horacio comenzó a superar la tristeza. Había seguido sus consejos y en 2004 le contaba a su amante silenciosa lo hermoso de “volver a dar y sentir que te devuelven”. Las heridas del alma de Horacio se estaban sanando.
El 8 de enero de 2005 su prosa se interrumpió, dejando suspendido un año que llevó a especulaciones. Muchos pensaron que había partido con ella. O quizá ya la había olvidado. ¿Dónde estará el último de los amantes? Cornelia no había recibido su onceava placa. Horacio no apareció.
Pero el 8 de enero de 2006 ,el Negro le escribe a su “Flaquita: te fallé el dos mil cinco. Viví incompatibilidad”, le confesó en su placa de 2006, con la garganta atravesada por haber roto la escalada numérica de la memoria, le argumentó que había sido por “pura debilidad”. Es que le resultaba difícil compartir el corazón y arrastrar diez mármoles cuyo peso e importancia le impedían avanzar para amar a una nueva mujer. Los poemas que siguieron tuvieron menos impacto. Dejó de llamarla “flaquita”, dirigiéndose a ella como Cornelia, tal vez como una forma de mantener su memoria desde la maduración de su pena por aquel amor infinito.
A pesar del paso de los años, Horacio Egidio continuó sus visitas en una ceremonia de amor. Se sentaba a recordar en una cercanía oculto que había construido él mismo, por el solo hecho de crear el hábito de amarla. Así fue como esta tumba cobró importancia porque él formó, sobre esa bóveda, un corolario de dolores y consuelos. No fue el cuerpo mudo y inerte de Cornelia, sino la paciencia de su amor entristecido, el que hizo de esa lápida un lugar para encontrarla.
En 2008 Horacio por primera vez llegó acompañado, una sobrina tuvo el privilegio de caminar junto a él en su rito sagrado. En su poema habitual le traía a Cornelia las noticias de una redención. Le anunciaba que dejaría el lastimero rondar de la pena. Que todo lo suyo le pertenecería y que jamás se desprendería de su alma.
Horacio ya tenia el epitafio listo para el 2009, quizás preparando la reunión con su amada Cornelia, pues como dice la placa instalada este año: “No quiero tu alma rondando/ sobre mis placas y tu lecho/ tu alma junto a mi alma/ hoy descansan en mi pecho”. Era enero y el calor blandeaba las hojas en un movimiento denso y amarillo. Ese año, Horacio permaneció poco tiempo frente a la tumba de Cornelia. Estaba cansado. Tenía 81 años y el recorrido le había parecido más largo que de costumbre. Se sostenía apenas, pero la cabeza la mantuvo firme y despierta. Conversó con un jardinero. Le encargó el agua de las flores. Se despidió sonriente por entre sus lentes gruesos. -Hasta luego- dijo con un ademán de manos.
Y no se equivocó. Un mes después, el 14 de febrero de 2008, Horacio fue sepultado junto al lecho que tantas veces celó como un guardián que no claudicó. A su funeral asistió mucha gente que los familiares no conocían. Señoras cargando las arrugas bajo las faldas viejas, funcionarios del cementerio, sepultureros, carpinteros, familias que habían sabido del muerto.
La tumba de Cornelia y Horacio siempre tiene flores frescas, es un ejemplo de ardiente romanticismo. De cómo una historia de amor que, como tantas otras, llena de bellos pasajes, , supo resistir la partida, y a pesar de la distancia, de la profundidad de la tierra, pudo enlazar en vida y muerte a estos amantes que no se conformaron con perderse.
















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